En este ensayo, la lideresa socioambiental afro colombiana Josefina Klinger Zúñiga comparte la historia del Festival de la Migración en Nuquí, Chocó. Es una propuesta de interrogar la violencia a través de los ojos de la no-violencia.
Josefina Klinger Zuñiga en colaboración con Pedro Aparicio Llorente and Catalina Mejía Moreno
La historia que usted está a punto de leer consiste en una propuesta para interrogar la violencia a través de los ojos de un proyecto de no-violencia.
En la costa pacífica norte de Colombia, el gobierno colombiano planea construir un puerto de calado profundo, junto con líneas de tren y oleoductos que tienen como objetivo expandir la infraestructura portuaria subutilizada del país para fortalecer vínculos comerciales con Asia. Es un proyecto violento que amenaza y pone en riesgo el delicado equilibrio ecosistémico de una de las regiones más biodiversas del mundo. En paralelo, a través de danzas, disfraces y música, niños del Golfo de Tribugá encabezan un desfile festivo y otros eventos: el Festival de la Migración del Pacífico, impulsado por Josefina Klinger Zúñiga, líder socioambiental afrocolombiana de Nuquí, Chocó. Este encuentro celebra y enseña con y desde la biodiversidad, la conciencia ambiental, la cohesión social y el empoderamiento de los jóvenes indígenas y negros que viven en esta zona. Como una celebración anual vinculada a la migración de tres especies que entran y salen de esta región entre junio y octubre (ballenas yubarta, tortugas marinas y aves), y con una agenda ambiental en mente, este festival pretende romper con los paradigmas de exclusión, violencia, pobreza y victimización que históricamente ha sometido a este territorio. Como contraproyecto al puerto y otras formas de desarrollo extractivo, el festival es una forma de activismo sensible, sutil y persistente que se distingue de las protestas y formas de gobernanza “escandalosas”, que todavía hoy suelen silenciarse mediante el uso de violencia.
Esta historia se presentó inicialmente como una relato con sentimiento de Josefina Klinger en la conferencia sobre Violencia (parte del panel Medio ambiente) organizada por PARSE y la Universidad de Gotemburgo el 18 de noviembre de 2021. No se leyó simplemente, ni se entregó como una ponencia académica. Como podrán deducir al leer este artículo, fue un discurso encarnado, proveniente del corazón, cuerpo y selva de Josefina. Ha sido transcrito y traducido por Pedro Aparicio Llorente, arquitecto colombiano fundador del estudio de arquitectura y paisaje APLO (www.aplo.xyz) y profesor de la Universidad de los Andes en Bogotá, y Catalina Mejía Moreno, practicante espacial colombiana, investigadora y educadora, y profesora titular de estudios climáticos en Central Saint Martins, University of the Arts London.
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Un saludo desde una orilla marina, húmeda desde este Pacífico, mi energía femenina y pacífica les abraza y saluda desde la distancia. Soy Josefina Klinger Zúñiga. Tengo el enorme privilegio de haber nacido en un lugar espectacular de Colombia, en el Pacífico, entre el agua y la selva.
Nosotros estamos en la franja del Pacífico norte del departamento del Chocó en Colombia. Hacemos parte de todo este ecosistema de la región Chocó biogeográfica. Nuestro mapa es bellísimo. En este lugar hay varios pueblos indígenas y negros. En el centro está el poblado de Nuquí, del cual toma el nombre todo el municipio. Nuquí es la capital del gran Golfo de Tribugá, que está determinado por ecosistemas de conservación como manglares y sistemas coralinos que son especialmente frágiles. El Golfo es también el lugar para la reproducción de especies como el tiburón martillo y el lugar donde nacen y paren las ballenas; donde especies migratorias desde todo el segundo semestre del año buscan seguridad y refugio por la tranquilidad de sus aguas y la riqueza de sus ecosistemas. Aquí vivimos y tenemos el enorme privilegio de bañarnos, de respirar, de relacionarnos. Es ahí también donde nos relacionamos a partir de propiedades colectivas que buscamos reforzar todos los días porque la felicidad es común, porque el territorio es común, porque el bienestar es común.
En este territorio hay también varias figuras de gobernanza: este territorio tiene legislaciones especiales, legislaciones que las comunidades indígenas han trazado a través de su propia lucha y sus propias visiones. En este territorio las comunidades indígenas tienen 81.000 hectáreas tituladas a favor de ellas como propiedad colectiva, y las comunidades negras tenemos 31.000 hectáreas de propiedad colectiva. Somos además zona de amortiguación del Parque Nacional Natural Utría, que tiene cuatro de los ecosistemas más amenazados y frágiles del mundo, y que además es sala de parto de las ballenas jorobadas entre otras especies como las tortugas y las aves que también migran a sus aguas y bosques para encontrar refugio.
Este es un mosaico de propiedad colectiva que hemos configurado y una visión que buscamos reforzar. Este mosaico, caracterizado por varias autoridades de gobernanza, nos permite asumir el desafío de planificar el territorio con la mirada del bien común, con la mirada de hacer lo políticamente correcto. No solo para nosotros sino para el resto del mundo, porque son estas miradas de gente de agua y selva con las que podemos contribuir de manera permanente a que la humanidad encuentre lugares donde aún son bien administrados los ecosistemas.
Yo quisiera entonces mostrarles el contexto de un país (Colombia) que tiene similitudes con otros países de Suramérica, pero quiero empezar a abordar el tema de la violencia, desde la responsabilidad compartida. No puedo asumir la violencia pensando que es un tema de los demás hacia nosotros porque estaría vibrando en el papel de víctima que es parte de lo que nosotros hemos ayudado a resolver. La violencia es una estrategia que se origina en el miedo profundo de cualquier ser humano, sin importar en qué cuerpo esté encarnado, y no quiere otra cosa si no manifestar tener el control sobre otros. Hay unas violencias internas que empiezan por nuestro propio ser y que se manifiestan en ocasiones, al comunicarnos de manera sutilmente violenta y sistemática. Esta es una violencia discreta que además es validada. Para poder hacer nuestro trabajo de transformación enfocado a lo común, ya no es suficiente un diagnóstico de lo que está incorrecto en la relación de los humanos con la vida de la naturaleza y con el entorno, con la vida personal y en la vida de comunidad. Debemos enfrentar esa violencia sistemática que hemos vivido, cuando nos condicionaron a creer que era normal que estuviéramos en un territorio alejado del famoso desarrollo, con falta de equipamientos y falta de oportunidad. Esto es algo que en nuestro imaginario nos condiciona como comunidad mayoritariamente negra e indígena; dos etnias que hemos tenido que asumir todo tipo de violencia. Esas formas de violencia y este condicionamiento se van anclando y van haciendo canales en el corazón. Es una violencia donde deciden que invierten en tí, donde la educación se ha vuelto para ‘ciudadanos de quinta,’ donde las oportunidades son determinadas con clasismo y racismo estructural, y con una mirada de que es el dinero y el poder adquisitivo el que te define la vida dentro de un territorio.
Entonces esta violencia se traslapa a la escuela donde lxs niñxs reciben sistemáticamente la violación a sus derechos y al derecho a manifestar sus desacuerdos. Esto es legitimado por el adulto docente y con complicidad de sus padres que no permiten que un joven diga que no está de acuerdo con la forma en la que un docente los trata. Continuamente hemos visto cómo lxs niñxs son reprimidos en este escenario. También hemos visto como esta represión también se manifiesta en las relaciones de la mujer en la familia y en la relaciones de formas de producir. Es decir, la forma de producir en el territorio (tanto por nosotrxs, como por lxs que llegan) tiene cargas de violencia cuando el uso del territorio se sobrepone. La tenencia de tierras y la forma de anclar ahí la economía no siempre está alineada a nuestra cosmovisión. Y toda esa violencia – que insisto que es sistemática y muy validada, genera un caldo de cultivo y un ambiente propicio para que otros tipos de violencias externas lleguen y se manifiesten.
Hace veinte años yo decía que lo único que nos estaba llegando del resto del país no eran ni servicios básicos ni necesidades básicas. Lo que nos estaban llegando eran las balas. En nuestro escenario se ha librado una guerra y un conflicto que no generamos nosotros, pero del cual nos ha llegado todo el impacto. Primero hicieron presencia las guerrillas y luego los paramilitares. Hoy todavía operan juntos los paramilitares y algunas disidencias que resultaron después de firmado el Acuerdo de Paz del 2016 entre el gobierno Colombiano y las FARC. Tanto paramilitares, como guerrilleros y otros grupos ilegales al margen de la ley han montado o diseñado estrategias para intervenir nuestro territorio; un territorio que está estratégicamente bien ubicado. En Nuquí estamos equidistantes entre Buenaventura, que es el principal puerto de Colombia, y Panamá, que es prácticamente frontera. La distancia que una embarcación cubre desde que sale de Nuquí y se demora hasta llegar a Buenaventura es la misma que se demora de Nuquí a Panamá. En esa ubicación estratégica, Nuquí no tiene vías de acceso vehicular, todo es marino o fluvial. Esa falta de intervención por parte del Estado Colombiano, esa falta de visión compartida frente a modelos de desarrollo sostenible y acorde con las bondades y oportunidades del territorio es otro tipo de violencia que ya no es tan sistemática. Por otra parte podríamos decir que es ejemplarizante. Hoy hay amenazas y muertes de líderes sociales y ambientales. Con esto lo que nos están demostrando es que nuestros recursos los necesitan otros y la forma de desempoderar nuestra gente es manteniéndonos asustados a través de todas estas manifestaciones de violencia.
Ese es realmente el panorama.
Ahora, ¿cómo hicimos para transformar nuestro territorio y hacer un modelo a partir de sanar esos miedos y de atrevernos a imaginar un futuro en un lugar donde nos enseñaron que no había futuro?
Les voy a contar esta historia de amor.
Voy a seguir insistiendo en la responsabilidad compartida. En Nuquí decidimos hacer una estrategia para cambiar nuestros imaginarios ya condicionados. Dentro y fuera de Colombia nosotros somos reconocidos como un territorio de pobreza que contrasta con su riqueza ambiental y con su fuerza cultural. En el imaginario de los Colombianos nosotros estábamos en desventaja. Lo que decidimos hacer fue cambiar el imaginario a través de una narrativa de amor: de amor por la vida y de amor por lo común para que permitiera hacer una revolución pacífica. Una narrativa que diera pie a pacificar nuestras almas pero que también pudiera conquistar y seducir al resto del país y del mundo usando unas herramientas poderosas como son la alegría y como es el talento usando las capacidades que tenemos todos como seres humanos: esa impronta especial para movernos, para ver la vida, para valorar la vida! para trabajar en comunidad, para tener esa mirada anclada y conectada con naturaleza y con el entorno. La estrategia también debía permitir rentabilizarnos. Debía también mirar situaciones como, por ejemplo una en la que la población local mayor estaba trabajando para definir ciertos procesos de planificación (como los de obtener los territorios colectivos). Y debía permitir converger esos procesos con el manejo compartido entre la unidad de Parques Nacionales donde están las comunidades indígenas, las comunidades negras y un puñado de personas que han venido del interior del país y fuera del país.
¿Cómo podríamos conversar de forma pacífica? Pero sobre todo, ¿cómo una población con un lugar preponderante y determinante podría construir colectivamente? Estas fueron algunas de nuestras preguntas iniciales. Como mencioné anteriormente, nos aferramos a la alegría como herramienta, pero también nos agarramos de prácticas que tienen una carga filosófica super sabia como es la Minga que es donde es que todos trabajan por el bien común sin que el dinero sea el mediador; el Trueque, donde todos intercambiamos productos tangibles donde el dinero no es el único intermediario; y el Mano Cambiada¸de donde mi organización toma su nombre, que es el intercambio intangible del oficio. Estas prácticas había que ponerlas de manifiesto y recuperarlas porque ya estaban desechadas cuando la gente empezó a querer parecerse a la ciudad y quiso entender que estábamos en aparente desventaja por estar en medio de la selva donde nos enseñaron que nos condenaba la pobreza, la exclusión y la violencia.
Nuestra estrategia es la de ponernos la selva en la cabeza y el agua en el corazón. Al incorporar la selva, no nos estábamos refiriendo a esa selva que nos enseñaron que era el último rincón. Ni a esa selva a la que debiamos tenerle miedo porque en ella se configuró parte de la violencia y la inseguridad que hizo, por ejemplo, que nuestras familias dejarán de ir a cultivar a la selva por el miedo a que la guerrilla se los llevara. No nos referíamos a esa selva que otros nos habían configurado y nos habían enseñado a temer. Decidimos entonces ponernos nuestra selva, esa selva maravillosa en la cabeza, porque al ponerla en la cabeza podríamos mandar un mensaje a las nuevas generaciones dentro de nuestro territorio, en el resto del país y en el resto del mundo. Nuestro proceso tiene esa determinación.
También entendíamos el potencial de esos territorios colectivos que estábamos planificando a través de mingas donde el único intermediario no era el dinero, aun así el dinero es lo que nos ha hecho falta. Pero es también esa falta de dinero, el no tenerlo, ni el tener capacidad adquisitiva algo que nos enseñaron a creer que nos condenaba a la desventaja. Lo que hicimos fue cambiar eso, y para hacerlo teníamos muy claro que nos debíamos rentabilizar. Porque mantener la biodiversidad, mantener los sueños, concretar los sueños en nuestro territorio necesita inversión. Pero esa rentabilidad la teníamos que generar desde adentro. Con los adultos generamos economía. Usamos una economía no para capitalizarnos de forma individual y rápida, sino para capitalizarnos de forma colectiva a través de una economía de cadena de valor. A esto se debe nuestra decisión de usar el ecoturismo como estrategia a través de una economía Minga. Era importante decir eso. Teníamos también que gestionar inteligentemente los recursos naturales porque eran el principal activo que nos permitía tener una opción económica. Esto lo hicimos de manera inteligente, al igual que hacer la gestión cultural de la misma manera para agregar valor a nuestra puesta en escena del ecoturismo y del ecoturismo como herramienta. Teníamos que hacer algo muy importante que era involucrar nuestra generación de relevo con el propósito de que creciera con otro imaginario (diferente al condicionado), y también para que asumiera y liderara el proceso de forma sostenible. Debiamos también mejorar los liderazgos para volverlos más éticos (porque la falta de ética es la causa para que otras manifestaciones de violencia se anclen en el territorio), y por medio de estos hacer gestiones para el beneficio compartido, para enseñarle al Estado a que nosotros somos los mejores aliados. Aquí nuestra estrategia de marketing ha sido también muy importante.
Ahora voy a detenerme en una estrategia que para nosotros es la más importante. Les decía que tenemos el poder de la alegría, de los talentos, de esta impronta especial que tenemos y que hemos heredado de esta mezcla de tantas etnias en uno de los territorios más privilegiados y sonoros donde el mar y la naturaleza nos determina la vida. En ese espacio, lo que decidimos fue construir una estrategia de cohesión social que es el Festival de la Migración Pacífica.[1] El Festival nos inspiró a reconocer que, durante el segundo semestre del año, nos visitan tres especies relevantes: las tortugas, las aves y las ballenas. Las ballenas recorren 8000 km para buscar aguas tranquilas cálidas y condiciones especiales para tener sus crías. Con esa simbología y con la magia cultural decidimos crear esta estrategia que permite hacer que los niñxs no crezcan con los mismos miedos de nosotros. Al contrario, el Festival busca ayudar a su formación a partir de la creación de espacios alternos que nos acerquen a su realidad, pero no una realidad vista desde la pobreza y de la desventaja, sino desde la gran oportunidad. La simbología de una especie que migra y que llega a un territorio estigmatizado desde la lógica humana por la muerte, la tragedia y la corrupción es muy simbólica. Es muy simbólico que las ballenas recorren 8000 km para encontrar justo en este lugar todo lo contrario a esa estigmatización. Los niñxs tenían que saber eso, conocer eso; es por eso un niño dice abiertamente que las ballenas son Nuquiceñas, son Chocoanas, son Colombianas. A través del Festival los niñxs cambian su imaginario y crecen con su nuevo imaginario. Esto es un pretexto para hacer que esta nueva generación crezca sin esos miedos, genere todo el amor y el sentido de pertenencia y de paso refuerce la identidad con el fin de apoyar la manutención de nuestros recursos y la continuidad de los procesos ancestrales. ¡Nos las estamos jugando todas!
Lo que hacemos en el Festival es conectar a los niñxs con prácticas como la agricultura y la pesca, para que esos oficios no se entiendan que son hechos por sólo aquellas personas que no fueron estudiar, sino que los niñxs se inspiren en lo que hacían sus adultxs; para que los niñxs puedan ver en la gastronomía, una ciencia y un privilegio, que reconozcan que hacen parte de un legado que es patrimonio cultural. Esto genera que los niñxs puedan darle valor a su contexto y relacionarse desde lo propio.
Hay una cosa muy importante en nuestra estrategia: nosotros queríamos bajar los niveles de corrupción tan altos que para mí son las verdaderas causas del problema que tiene la humanidad, no sólo nosotros como país y no sólo nosotros como escenario. Cuando un niñx se va a desarraigadx del territorio porque dentro del territorio no hay oportunidades y va a la academia a terminar sus estudios, lo que notábamos era que cuando regresaba al territorio venia con niveles de corrupción y comportamientos donde llegaba a abusar de los recursos y del poder. Esto es originado por el irse del territorio desconectado. Al revisar los modelos educativos presentes en nuestra tierra, estos no abren al niñx a que desarrolle y riegue todo su talento y se conecte con su territorio. Es por esto que el Festival de la Migración tiene como propósito colocar la felicidad en el centro, y hacer que haya un nuevo elemento en el equipaje del niñx para que cuando migre a estudiar mantenga una conexión, y recuerde que el mejor lugar del mundo es su territorio. En ese momento, el niñx ya sabe que al volver formado puede ayudar a transformar el territorio de manera positiva sin perpetuar los niveles de corrupción y por ende los niveles de violencia. Las soluciones no están en manos del otro, si no en las nuestras.
El Festival de la Migración es una estrategia de transformación humana que está determinada por el amor incondicional, por la visión del bien colectivo, y por la visión de la casa común que es el planeta. También es una visión que trasciende las lógicas académicas y técnicas. Las lógicas académicas y técnicas como única herramienta no están funcionando. Se necesita valorar la sabiduría social y ancestral como un activo, es claro que la sola razón no nos funcionó. Tenemos que sentir la cohesión con el corazón y el mejor escenario para conectar el corazón humano son los recursos naturales y la fuerza de la cultura y la sabiduría ancestral.